La prevalencia de esta alteración en la población infantil oscila entre el 9 y el 21%, según los expertos.
El estrés, esos síntomas de tensión causados por una situación agobiante que pueden originar reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos, no es patrimonio único de los adultos o de los menores de edades más avanzadas. Aunque no existen datos científicos unánimes sobre la incidencia de esta alteración en los bebés, sí existen evidencias de que puede estar aumentando en las últimas generaciones por diversas causas. Y es que a los críos más pequeños, desde recién nacidos hasta los dos años de edad, también se les dispara el estrés. Las motivaciones que los especialistas arguyen son variadas, desde los cambios en el modelo social y familiar, hasta el exceso de exigencia o permisividad y la incomunicación, entre otras. Los expertos no se ponen de acuerdo, pero sitúan una tasa de prevalencia del estrés entre los bebés que oscila entre el 9 y el 21%; unos porcentajes, como mínimo, preocupantes.
Un 'Estudio sobre el estrés del bebé', dirigido por Francisco Miguel Tobal, profesor titular de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y experto en proyectos de investigación sobre ansiedad y estrés, sostiene que los niños más pequeños manifiestan habitualmente las situaciones que les estresan con el llanto. Además de este síntoma, «el bebé puede estar en un estado de alerta elevado, duerme mal, está irritado y manifiesta alteraciones de la alimentación», bien con pérdida del apetito o alimentándose con más frecuencia de lo normal.
El informe recoge a su vez una investigación de María Jesús Mardomingo, jefe de Psiquiatría Infantil del Hospital Gregorio Marañón, quien argumenta que, entre las niñas, es más frecuente que evidencien su estrés con la ansiedad y/o la depresión, mientras que en los niños son más habituales los trastornos del comportamiento, como reacciones agresivas, hostilidad o dificultad en las relaciones.
Amor y tranquilidad, la mejor medicina
Las situaciones que estresan a las criaturas, además de las citadas, pueden ser múltiples. Debido a una enfermedad, y dentro de este apartado, por su incidencia, se destaca el cólico del lactante; la falta de cuidados; factores ambientales (ruidos, aislamiento o soledad, oscuridad), y la alimentación insuficiente o inadecuada, así como la falta de afecto o cariño y las discusiones en el seno familiar. Como es lógico, los consejos para prevenir o paliar el estrés de los bebés dependen de las causas que lo provoquen. Pero, en términos generales, el estudio subraya que «el mejor consejo sería conseguir que el niño se sienta atendido, querido e integrado dentro de la familia y que viva en un ambiente tranquilo».
El trabajo, auspiciado por el Forum Almirón de la Inmunonutrición Infantil, recomienda la lactancia materna, «puesto que es uno de los mejores inmunorreguladores que existen». En caso de no poder ofrecer este tipo de alimentación por las razones que sean, la industria de nutrición infantil ha desarrollado fórmulas de alimentación infantiles enriquecidas. El informe otorga, como no podía ser de otra manera, una importancia crucial al ambiente familiar para que el niño no sufra esta alteración. Lo ideal es que crezca en un entorno relajado, sin discusiones (no elevar el tono de voz y menos discutir cuando está presente), crear una rutina horaria que distribuya los alimentos y el descanso, además de combinar momentos de compañía con los de juego individual.
En lo que sí existe una unanimidad entre los expertos es en que la afectividad de los padres y la expresión de amor hacia el bebé son «directamente proporcionales» a su capacidad de aprender y desafiar las circunstancias de la vida. Una alimentación «adecuada y equilibrada» también es un factor esencial para reducir los niveles de estrés del bebé, ya que fortalece su sistema inmunológico y evita posibles patologías.
Desarrollo emocional y social
El estrés se puede producir antes del nacimiento, ya que «a través de los vasos de la placenta pueden pasar las hormonas de la respuesta de activación del estrés de la madre al hijo en formación». Otra posibilidad puede darse en el parto, con el estrés de la propia situación o bien desde el momento del nacimiento.
Técnicamente se reconocen dos categorías de estrés, que también son aplicables a los críos: el eustress (bueno) y el distress (malo) o respuesta de ansiedad. El positivo se produce cuando la respuesta se adapta a la situación que la provoca y, el negativo, cuando la respuesta, bien por excesiva o por descontrolada, no se adapta a la situación.
Recientes investigaciones sobre el cerebro, añade el estudio mencionado, indican que el estrés en edades muy tempranas puede afectar el desarrollo emocional y social del niño (baja autoestima, baja capacidad para empatizar, afectación de la memoria), una situación que se puede mantener durante la edad adulta. Otros problemas que se pueden producir, relacionados con la disfunción del sistema inmune, son alteración del apetito, aumento de infecciones (herpes labial) y cambios en la morbimortalidad del cáncer (pérdida de protección, infección, progresión de tumores).
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