domingo, 25 de octubre de 2009

He parido al niño en la cama, ¿ahora qué hago?»

Una bilbaína da a luz a su hijo sola en su casa de Sarriko al no llegar a tiempo una ambulancia para llevarla a la clínica

Adrián es un niño «muy despierto». Tiene sólo ocho días de vida y vino al mundo casi sin ayuda. Nació en casa como antaño hiciera su abuelo, aunque esta vez no por falta de medios, sino más bien por falta de tiempo. La madre, Conchi Rodríguez Morán, de 33 años, que tiene otra niña de cuatro, Cynthia, no salía de cuentas hasta el 20 de octubre. Pero, el pasado día 14, se despertó, a las cuatro y pico de la madrugada, con un cierto «malestar» y «retortijones en el estómago». Se desveló y a las seis de la mañana decidió levantarse «a preparar unas lentejas para que mi marido se las llevara a la oficina», recuerda ahora con un permanente sonrisa dibujada en la cara.
Álex, el padre de la criatura, se marchó a trabajar. La familia vive en Sarriko. Cuando aún estaba en el metro, entre las estaciones de San Mamés e Indautxu, recibió una llamada por el móvil de su mujer advirtiéndole de que podía estar ya de parto. Aconsejada por su marido, Conchi llamó a la clínica Doctor San Sebastián, en Deusto, en la que tenía previsto dar a luz, igual que cuando nació su hija Cynthia, aunque entonces fue un «parto provocado» porque se retrasaba.
«De los nervios, me equivoqué dos veces al marcar el número». La mujer consiguió hablar con la centralita. «Noto la cabeza entre las piernas», advirtió a la telefonista, que, de inmediato, le pasó con la comadrona: «¡Vente para acá corriendo!», le apremió.
Para entonces, la mujer sufría ya unos «dolores insoportables» y empezó a angustiarse pensando que si seguía apretando las piernas para que no saliera, «quizá el bebé podía asfixiarse», así que «me tumbé en la cama, me despatarré y empecé a empujar», explica de forma gráfica. «Rompí aguas en ese momento y noté que salía todo». Mientras, el padre se apresuraba para regresar cuanto antes al domicilio. «Desde que llamé por primera vez a mi marido, igual pasaron veinte minutos», un suspiro si se compara con los partos de otras mujeres que pueden llegar a durar horas.
Entonces, «me incorporé y vi que el niño tenía el cordón umbilical enganchado en el cuello. Lo cogí y se lo desenrosqué». Conchi demostró una gran sangre fría. Su instinto le indicó exactamente lo que tenía que hacer en cada momento. «Ahora me da por reírme, pero cuando volví a casa y pensé en lo que podía haber pasado me quería morir: '¿y si me hubiera desangrado? ¿y si no se me ocurre quitar al niño el cordón y se ahoga?».
Con el bebé ya en sus manos, y como había visto hacer «en las películas», «le 'acuqué' para que llorara». Como toda una madraza, «mientras paría y hablaba por teléfono», pensaba también en su pequeña Cynthia, que dormía plácidamente. El perro, un viejo 'pitt-bull' de once años encerrado en la cocina, tampoco rechistó. «Después, me dolía la mandíbula de apretar los dientes para que la niña no escuchara los gritos, pero ni se enteró».
La placenta
La pesadilla aún no había terminado. Conchi volvió a llamar a la clínica. «Ya he tenido al niño en la cama, ¿ahora qué hago?». La matrona le indicó que llamara al teléfono de emergencias 112 y habló con un médico que le invitó a que cortara el cordón umbilical, aunque prefirió esperar a los profesionales. Entonces, llegó a casa su marido apremiándola: «¡Venga, vamos a la clínica!». Aún no se había dado cuenta de que su mujer había dado a luz en casa.
Cuando llegaron los facultativos de la ambulancia, cortaron el cordón con una navaja, que Conchi se quedó de recuerdo, le colocaron una compresa y envolvieron al pequeño en una manta térmica. Después, les trasladaron a ambos al hospital de Basurto, donde ingresaron pasadas las nueve de la mañana. Allí, la parturienta expulsó la placenta -de no haberlo hecho, habría corrido un serio peligro-. Le inyectaron un medicamento para contraer la matriz y le aplicaron dos puntos de sutura. «Casi me dolieron más que el parto, tengo un miedo terrible a las agujas».
La madre de Conchi, la feliz abuela, asegura que cuando le llamaron informándole de la hazaña, «no me lo creía; les decía: 'venga, no me toméis el pelo a estas horas de la mañana'». Conchi da gracias por que, «afortunadamente, ha salido todo bien». El niño pesó 3,680 kilos y midió 51 centímetros. Es un «tragón» y no para de dormir. «No nació con un pan debajo del brazo, sino con un ángel de la guarda de serie», matiza. Aunque no puede evitar quejarse de que «lo tuve que hacer yo todo, podían haberse preocupado un poco más y mandarme una ambulancia, aunque no creo que hubiera llegado a tiempo, pero ya no se puede hacer nada».
Por su parte, la dirección de la clínica Doctor San Sebastián cree que la aplicación del protocolo en este caso fue «impecable» y que, «desde el punto de vista sanitario, no existe ningún reproche». En su opinión, se trataba de una urgencia que debía ser tratada por los servicios de emergencias. No obstante, los responsables del centro médico señalan que en ningún momento se deshicieron del problema, sino que le indicaron lo que tenía que hacer: llamar al 112 para que una ambulancia «la trajera aquí». Fuentes de la clínica entienden que el parto en el domicilio fue «un accidente» y recuerdan que la afectada no ha presentado ninguna denuncia al respecto.


a.delasheras@diario-elcorreo.com

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