jueves, 14 de mayo de 2009

SER PADRES HOY, por Pat Montgomery

Muchas personas me preguntan actualmente si cada vez más padres educan a sus hijos en casa a causa de la presencia de chicos con armas en las escuelas. A juzgar por las numerosas peticiones de información que recibimos diariamente y por los muchos visitantes de nuestra página web, la respuesta debería ser un sí rotundo. Incluso sin esos indicadores, es razonable que tanto padres como estudiantes, cuyas vidas pueden correr peligro, intenten encontrar alternativas a las escuelas masificadas.
El principal “trabajo” de ser padres es dar sustento y apoyar a los hijos. Su seguridad física es lo más importante, naturalmente. ¿Cómo puede atender un padre o una madre todos los demás aspectos de la educación cuando la seguridad del propio escolar es tan precaria?
En la cultura dominante, con frecuencia se confunde el apoyo y la educación con el más estricto materialismo- el juguete más moderno, la ropa de marca, etc.- y se deja de lado el crecimiento del espíritu y la ayuda a los jóvenes para que puedan desarrollar el propósito de su vida.
Así como es fácil constatar cómo se crece en altura, en peso, incluso en inteligencia y madurez, no lo es tanto prestar atención al crecimiento imperceptible a simple vista. Esto es, la fuerza interior hacia la razón de ser, el trabajo vital que a lo largo de una vida ayudará a que el mundo sea diferente. El crecimiento interior es invisible; está incluso oculto al niño. Por ello, todos ignoramos con demasiada frecuencia ese hecho, que es tan vital para un crecimiento sano como lo es comer, correr o aprender a escribir; quizás, incluso más.
Los jóvenes que mataron a sus compañeros y profesores en varias escuelas norteamericanas tenían, la mayoría, padres que estaban atentos a sus necesidades. Hemos leído que uno recibía ayuda terapéutica y tomaba medicación. Sus padres intentaron conseguir ayuda desde fuera. Lo que no sabemos es si esos padres invirtieron desde la infancia la misma cantidad de tiempo y atención haciendo simplemente su “trabajo”: dedicar tiempo al niño, hablar con él, jugar, investigar sus intereses, hacer juntos pequeñas excursiones, conocer a los amigos del niño, enseñarles, etc.
La tarea de ser padres no consiste en conseguir el dinero suficiente para comprarles a sus hijos todos los juguetes que vean, ni los últimos aparatos electrónicos, o para pagarles las mejores colonias o las mejores escuelas. En realidad, esto incluso podría considerarse dejación de sus responsabilidades, porque ello impide que los padres se involucren en la formación de sus propios hijos.
¿Cuándo se llegó a considerar lo más importante en la vida de los adultos su carrera profesional? ¿O cómo se extendió el hecho que traer niños al mundo no originara un cambio importante en sus padres?
Esta mezcolanza que llamamos sociedad norteamericana arrebató a las jóvenes parejas casadas el modelo que proporcionaba una sociedad más homogénea: el fácil acceso a la familia y a los parientes. Aquellas viejas películas en las que podemos ver a irlandeses, rusos o italianos en reuniones familiares de domingo nos parecen pintorescas. Recuerdan los tiempos en los que todos conocían los asuntos de todo el mundo, cuando vecinos, amigos y parientes sabían lo que una persona pensaba antes de que ella misma lo supiera. Algunos norteamericanos estarán agradecidos a este individualismo por la sustitución progresiva de la familia numerosa por la familia nuclear. Pero lo que se ha perdido en el proceso ha sido el objetivo de la importancia de criar a los niños como uno de los más importantes fundamentos de la vida para el adulto que elige ser padre o madre.
En la sociedad actual, se nos enseña que para “producir” jóvenes independientes hemos de, literalmente, abandonarlos al cuidado de otros. Así, niños de tres y cuatro años son enviados ordinariamente a la guardería o al colegio incluso cuando ninguno de ambos padres trabaja fuera de casa.
Una vez conocí a una mujer que estaba en el trámite de adoptar a un niño de tres años que había nacido y vivido en Maine. La futura madre vivía en Ann Arbor y planeaba traer al chico a nuestro colegio. Le pregunté por qué consideraba siquiera enviar al niño a la guardería. ¿Trabajaba ella fuera de casa? No. Me lo explicó: “Este niño se ha criado en un entorno de guardería. No quiero introducir ahora ningún cambio en su vida”. Me tomé la molestia de recordarle que el niño experimentaría un inmenso cambio en su vida debido al hecho de ser adoptado por una familia estable e irse a vivir con ella; incluso aunque Clonlara (entonces aún una guardería) era un lugar amable para un niño de tres años, nosotros éramos, por supuesto, secundarios a la hora de proporcionar el amor y los cuidados que ella misma podría darle mientras iba estrechando los lazos con el recién llegado. “¿Acaso no quieres a mi niño en tu escuela?”, me replicó.
Los niños de cinco años son enviados a las escuelas públicas o privadas como si esa fuera la manera de educarles. Estas decisiones se toman sin cuestionarlas; es lo que se suele hacer.
Los adultos estamos atrapados por los asuntos que consideramos esenciales de la vida: el trabajo, el ganarnos bien la vida, nuestra promoción profesional, comprarles a nuestros hijos las últimas novedades tecnológicas...
El hecho es que dejamos a los profesionales y a los maestros que inviertan tranquilamente su tiempo pintando con los dedos, mirando las hormigas, jugando, observando las plantas, etc. Las tareas más importantes de ser padres se encomiendan a otros mientras nosotros atendemos asuntos más importantes. En este mundo acelerado que hemos construido, las pequeñas cosas tales como mirar una puesta de sol con nuestros hijos parecen triviales cuando, de hecho, esas pequeñas cosas son las más vitales, la materia con qué está hecho el amor.
Los psiquiatras y los psicólogos que ayudan a los niños investigan para aprenderlo todo sobre sus sentimientos y necesidades insatisfechas. Esencialmente, se mantiene fuera del proceso a los padres, que son los mismos de quienes los adolescentes requieren cariño y cuidados.
Hablar con el niño –que no al niño- abre líneas tempranas de comunicación. Los adolescentes me han dicho que la razón por la que quieren estar todo el tiempo con sus amigos (compañeros) es porque son escuchados, y no juzgados.
Un niño aprende mejor imitando. En el sistema actual, se les está dando como modelos a compañeros de su misma edad. La guía, el aprendizaje y los cuidados que un niño necesita para madurar completamente no están a la vista en lugar alguno.
Los profesores y educadores profesionales no pueden servir como tal modelo en el verdadero sentido de la palabra, porque están ocupados cuidando del grupo de niños, están atendiendo la burocracia de la escuela. No están cosiendo, ni tocando el violín, ni pescando o construyendo algo, o haciendo alguna de las cosas que un ávido aprendiz podría imitar. No están calmada y lúcidamente discutiendo los sucesos diarios- los terribles especialmente- con el hijo o la hija a quien quieren.
¿La masificación de los niños en las escuelas convencionales y los desastres que resultan de ello hacen que los padres se acerquen a alternativas como la educación en casa? Ciertamente, yo ruego por ello.
Por Pat Montgomery. Fundadora y Directora de Clonlara School

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