María Montessori obtuvo su reconocimiento mundial gracias a su gran aporte a la renovación de la pedagogía. La sistematización de su experiencia educativa dio forma a una propuesta pedagógica innovadora que hoy se conoce como Método Montessori
María Montessori fue una de las primeras mujeres en graduarse como médica en Italia, pero obtuvo su reconocimiento mundial gracias a su gran aporte a la renovación de la pedagogía. La sistematización de su experiencia educativa, enriquecida con sus estudios en psicología y antropología, dio forma a una propuesta pedagógica innovadora que hoy se conoce como Método Montessori.
Nació en Chiaravale, Italia, el 31 de agosto de 1870; además de médica y educadora, fue feminista y humanista. A través del ejercicio de la medicina y de sus observaciones sobre esta práctica, María Montessori comenzó a interesarse por las formas de aprendizaje de niñas y niños. La primera conclusión a la que arribó -que luego sería principio básico de su método- fue que las chicas y los chicos aprenden a partir de lo que el ambiente les ofrece. Interesada particularmente en los problemas de aprendizaje de chicos con deficiencias mentales, a principios del siglo XX comenzó sus estudios en pedagogía con el objetivo de descubrir cuáles eran los métodos más adecuados para las niñas y niños con estas características.
Hacia el año 1907 fundó en Roma un hogar escuela, la “Casa de Bambini”, donde desarrolló por primera vez su propuesta pedagógica. María Montessori diseñó su método basándose, sobre todo, en las investigaciones psicológicas llevadas a cabo por los franceses Jean Itard y Eduardo Seguin. Dirigido principalmente a los niños y niñas de edad preescolar, el método está dirigido a estimular el desarrollo de las actividades motrices y sensoriales. En sus orígenes, uno de los objetivos fundamentales del método era que los chicos y chicas pudieran aprender a leer y escribir por sí mismos, sin ayuda de los adultos.
Básicamente, el Método Montessori promovía y promueve el respeto por la espontaneidad del niño, por su deseo de realizar ciertas actividades en vez de otras; además, respeta rigurosamente el patrón individual de crecimiento intelectual y presta particular atención a la disposición de un ambiente adecuado para favorecer el autodesarrolo. En relación a estos principios, María Montessori afirmaba: “No podemos conocer las consecuencias de sofocar una acción espontánea en un tiempo en el cual el niño recién comienza a ser activo: tal vez sofoquemos la vida misma (…) Es necesario evitar rigurosamente impedir los movimientos espontáneos y no imponer tareas arbitrarias. Se entiende, por supuesto, que no hablamos aquí de actos inútiles o peligrosos, ya que estos deben ser suprimidos, destruidos”.
El conocimiento de su método extendió su fama más allá de la península itálica y fue invitada a dar conferencias y cursos en las principales capitales de Europa. Cuando regresó a Italia en 1922 fue nombrada inspectora de escuelas. Ya con el ascenso al poder del régimen fascista, debe exiliarse en Barcelona por denunciar públicamente la brutalidad con que el gobierno de Mussolinni educaba a la juventud. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, regresó a Italia para recomponer ese sistema educativo destruido por el fascismo y la guerra.
Uno de los aspectos más críticos de la pedagogía Montessori está relacionado con el problema de la disciplina en el aula. Más precisamente, con la confusión que surge, según su autora, de oponer disciplina a libertad. Para María Montessori la disciplina debe surgir de la libertad. Un principio que, según ella, no era respetado por los programas escolares tradicionales. “¿Cómo obtener disciplina en una clase de niños libres, se preguntaba? (…) Si la disciplina se funda en la libertad, la disciplina debe ser necesariamente activa. No consideramos un individuo disciplinado sólo cuando se lo ha reducido artificialmente al silencio como a un mudo, o inmóvil como un paralítico. Este es individuo aniquilado, no disciplinado. Llamamos a un individuo disciplinado cuando es dueño de sí mismo y puede, por lo tanto, regular su propia conducta cuando resulte necesario para seguir alguna norma de vida.”
Su trabajo adquirió una importancia tan destacada que fue nominada al premio Nobel en tres oportunidades. María Montessori murió en 1952 dejando, además de su práctica innovadora, una obra pedagógica de gran envergadura. Entre los principales títulos pueden mencionarse El método Montessori (1912), Antropología pedagógica (1913), Paz y educación (1934) y El secreto de la infancia (1936).
A continuación, reproducimos un fragmento de Educar para un nuevo mundo (1946):
“Si es necesario impulsar una reforma en la educación, tal reforma debe basarse en los niños; ya no es suficiente estudiar a los grandes educadores del pasado como Rousseau, Pestalozzi y Froebel; esa época ya pasó. Me opongo a que se me llame la gran educadora del siglo, pues no he hecho más que estudiar a los niños, tomar lo que me han enseñado y expresarlo, y eso es lo que se llama Método Montessori. A lo sumo, lo que hice fue interpretar al niño. Mi experiencia se basa en cuarenta años de estudio, en los que me inicié con una investigación médica y psicológica de los niños con deficiencia mental para tratar de ayudarlos. Ellos resultaron ser capaces de tantas cosas cuando se los abordó desde el nuevo punto de vista de colaborar con su propio subconsciente, por lo cual se decidió ampliar los estudios a los niños normales y se crearon Hogares de Niños en algunos de los barrios más pobres de Roma para chicos mayores de tres años. La gente que iba a esos hogares se asombraba al ver a niños de cuatro años leyendo y escribiendo, y siempre le preguntaban a alguno: “¿Quién te enseñó a escribir?”, a lo que contestaban: “¿Qué? No me enseñó nadie, aprendí solo”. En la prensa no dejaban de hablar de esta "asimilación espontánea de cultura”, y los psicólogos estaban seguros de que se trataba de niños superdotados.
Por un tiempo compartí esa idea, pero cuando amplié mis experimentos quedó demostrado que todos los niños tienen esa potencialidad, que se estaban desperdiciando los años más preciosos de la vida y obstaculizando el desarrollo por culpa de la idea falaz de que sólo es posible la educación a partir de los seis años. La lectura y la escritura son los aspectos fundamentales de la cultura, pues sin éstas sería imposible desarrollarse en otros ámbitos, pero ninguna de las dos es una facultad intrínseca a la naturaleza humana como lo es el lenguaje oral. En especial, la escritura es considerada por lo común una tarea tan árida que sólo se les enseña a los niños más grandes. Pero yo les di las letras del abecedario a chicos de cuatro, un experimento que ya había realizado con niños que tenían deficiencias mentales. Había descubierto que el simple hecho de mostrarles las letras todos los días y contrastarlas entre sí nos les causaba ninguna impresión; pero cuando hice tallar letras de madera para que pudieran pasar los dedos por sus huecos, las reconocieron de inmediato. Aun los chicos deficientes, después de algún tiempo, pudieron escribir un poco gracias a este sistema. Así descubría que el sentido del tacto tenía que ser fundamental para los niños que todavía no habían completado su desarrollo y fabriqué letras de formas simples para que las tocaran con las puntas de los dedos. Un fenómeno totalmente inesperado tuvo lugar cuando se les dio este tipo de ayuda a los niños normales. Se les mostraron las letras a mediados de setiembre y ese mismo año escribieron tarjetas navideñas: ¡increíble! Jamás se había soñado alcanzar tan rápidamente semejantes resultados.
Después los niños comenzaron a hacer preguntas acerca de las letras y relacionaban cada una con un sonido determinado; parecían pequeñas máquinas que absorbían todo el abecedario, como si tuvieran en el cerebro un vacío que lo atrajera. Fue sorprendente, pero era fácil de explicar: las letras actuaban como un estímulo que ilustraba el lenguaje ya presente en la mente del niño y le servían ara analizar sus propias palabras. Cuando el niño sabía unas pocas letras y pensaba en cualquier palabra que incluyese sonidos distintos de los que él había aprendido a representar, era natural que preguntara por éstos. Sentía la necesidad de saber cada vez más y más, y andaba todo el tiempo deletreando para sí mismo las palabras que ya había aprendido a usar en su lenguaje oral. No importaba cuán largas o difíciles fueran, los chicos podían representar las palabras que les dictaba por primera vez la maestra con las letras de madera que estaban en los compartimientos de una caja especialmente preparada..."
Libro: Esoterismo egipcio
Hace 5 semanas
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