Por Luisa Pereira
Un abordaje a la Pedagogía según Rudolf Steiner
Parece
inevitable en nuestra civilización que la trayectoria escolar de una
persona esté ligada al miedo. Conocemos las historias de “cuartos
oscuros, de castigos físicos, de orejas de burro, de permanencia durante
horas extraordinarias, etc., etc. Felizmente las sucesivas
legislaciones han venido a refrenar esas medidas “pedagógicas”.
Entretanto
el miedo no desaparece. Conocemos casos de crisis asmático-nerviosas,
de vómitos, de diarreas, de insomnios, de tartamudeos, de violencia
gratuita, de estados de apatía continuado. Con ayuda de los médicos y de
los psicólogos, padres e hijos desorientados llegan a la conclusión de
que frecuentemente la primera causa de ese desequilibrio psicosomático
es la escuela.
¿La escuela?, ¿hoy en
día? Si se analizan las escuelas, publicas o privadas, religiosas o
laicas, estas presentan casi siempre un idéntico problema: hay
profesores que se llevan muy bien con sus alumnos, y en ese caso las
cosas discurren bien; hay otros que no tanto, y ahí no van tan bien. En
realidad el MIEDO está presente en todas ellas. ¿Miedo de qué?
Miedo
de casi todos; de los exámenes, de las notas, del trabajo a entregar,
de decepcionar a los padres o a los profesores, de dar el salto en el
“plinto”, de ir a estudiar y montar e el autobús de la escuela, de
escribir en el folio las reglas del voleibol, de no tener pareja en el
colegio, de no ser escogido para el equipo en un torneo, de ser llamado a
la dirección, de no acertar con las fórmulas químicas, de los alumnos
de cursos superiores, de los juegos en el patio, del profesor de
matemáticas, de VIVIR.
La
mayoría de estos miedos vienen de la consciencia que tiene el niño de
que, cuando sea evaluado, no obtenga aquellos misteriosos objetivos
mínimos que él supuestamente debe conseguir, y que le fueron
expresamente explicados al inicio del curso. A partir de ese momento el
niño perdió su inocencia en la espontaneidad de preguntar y aprender: él
sabe que todo lo que diga, haga y muestre es con vistas a la evaluación
y pasa a estar envuelto en una atmósfera de miedo difuso. El castigo,
antes exterior, se interioriza, agrediendo ahora al niño en sus sistemas
orgánicos. Ya no le duelen las manos o las nalgas: él se tornó asmático
o sufre vómitos frecuentes.
Tenemos
que reelaborar toda la concepción de escuela y de la praxis pedagógica,
incluyendo el concepto de evaluación, y por qué ella existe.
La pedagogía Waldorf
En
1919, Rudolf Steiner, ingeniero austriaco, posteriormente doctorado en
filosofía, fundó en Stutgart (Alemania), la primera escuela libre,
ligada a la fábrica de cigarros Waldof-Astoria. Los alumnos eran hijos
de obreros, de directivos y también de padres ajenos a la fábrica, que
optaban por la pedagogía allí seguida, basada en el estudio profundo del
Conocimiento de la Naturaleza Humana. Actualmente son más de 500
escuelas repartidas por todo el mundo.
De
acuerdo a su concepción, el Hombre es un ser físico, anímico y
espiritual, cuyo desenvolvimiento se desarrolla en fases, cada una de
ellas con necesidades particulares. Estas fases exigen una práctica
pedagógica adecuada, que solo es posible conseguir a través del estudio
de la Naturaleza Humana.
Así,
durante los primeros siete años de vida el niño va completando
(metamorfoseando) sus órganos vitales, hasta que alcanzan su forma
definitiva, más o menos en la edad de entrada a la escuela. En este
primer septenio se entrega desprotegido y confiado al cuidado de
terceros, normalmente los padres, de quienes va recibiendo amor y
cariño, aunque también modelos y orientaciones de vida. En esta fase el
niño aprende por imitación: exterior, en lo que se refiere a los gestos
de todos los días, a las actividades básicas de higiene, alimentación,
vestido, caminar, hablar; e interior, porque en el niño se da
inconscientemente la imitación de la cualidad de los estados del alma
del adulto con quien convive y aprende a pensar.
El
niño siente (presiente) la alegría o la angustia, la honestidad o la
hipocresía, el amor o la indiferencia. Todo el medio envolvente está en
comunicación “no filtrada” con el alma infantil, que se le entrega plena
de confianza. Todas las vivencias –y su cualidad- penetran en el niño
actuando sobre el proceso de metamorfosis de sus órganos. De ahí que
determinadas emociones vividas en ese periodo se manifiesten mucho más
tarde, ya en la madurez, como son enfermedades orgánicas crónicas más o
menos graves. Si, por ejemplo, el ambiente en que creció fue saludable y
sin mezquindad, con personas tendentes al bien, es probable que
disponga de una constitución orgánica robusta y saludable.
Es
evidente que muchos otros factores pueden influenciar o determinar
estados de debilidad físicas, aunque eso no invalida, sino refuerza la
necesidad de proporcionar al niño hasta los siete años una atmósfera
familiar y social (jardín de infancia) que le permita completar una
formación saludable de sus órganos, base para toda su vida. Para ello es
necesario que todos los sentidos sean estimulados naturalmente, por lo
que se debe cuidar de las cualidades del sonido, del color, de los
materiales, de la alimentación y del calor. Este cuidado, más allá de
mimar establece cimientos para el futuro, fortaleciéndole la VOLUNTAD.
El cotidiano día a día en el jardín de infancia, reproduciendo tanto
como sea posible una gran familia, con su ritmo natural de trabajar y
jugar, con las historias que los abuelos cuentan a sus nietos,
constituye el ambiente propicio para el desenvolvimiento feliz del niño.
Cuando
se alcanza la edad de 7 años y se ingresa en la escuela, (la tendencia
actual es de precocidad, con los peligros que cualquier precocidad
contra-natura puede traer consigo), la mayoría de las fuerzas vitales
que se aplicaban a su organismo quedan disponibles y pueden ser
asignadas a un aprendizaje sistemático. La imitación, aunque actuante
(subsistirá hasta el final de la vida), va perdiendo relevancia, y lo
que se torna ahora importante es el deseo de admirar, de venerar a
alguien que le revele el mundo exterior. El niño hace mucho que se
apercibió de su existencia, aunque no se le entrega incondicionalmente
como antes. Ahora él se recoge frecuentemente en su mundo interior y
precisa de un mediador en quien pueda confiar, como antes confió en su
medio envolvente. Ese mediador querido (en el sentido de querer y amar),
para quien el niño eleva todo su ser interior en un acto de veneración
genuina, será a ser posible el profesor –aquél que le muestra la belleza
del mundo ante sí-.
Cuando esto es conseguido el deseo espontáneo de aprender es alimentado
por el sentido de lo bello descubierto en cada aspecto del mundo.
Cabe al profesor despertar en el alumno el sentido artístico
practicando globalmente los aprendizajes necesarios. Y una vez más no se
trata solo de actividades exterior: el pintar, modelar, tocar música,
satisfacerse de una actitud interior de mirar, oír, ver, escuchar –de
sentir-. Y es en esta fase en que se desenvuelve el SENTIR, a través de
la belleza del sonido de la palabra y la frase; de la belleza de las
letras y de la belleza en verdad de los números; de la belleza del
insecto, del árbol, de la lluvia y de la arena. Por amor al profesor,
por lo que de bello él le transmite del mundo exterior, el alumno se
esfuerza en hacer bien todo lo que le es propuesto. Lo hace al principio
por el profesor, aprendiendo gradualmente a amar ese mundo;
progresivamente pasará a esforzarse por la cosa en sí, porque vale la
pena. Una vez más es aquí necesario crear un ambiente –en la escuela-
que no contradiga la sensibilidad que despierta y se desenvuelve. El
aula adquiere una enorme importancia: el color, la luz, los dibujos y
pinturas, todo lo que envuelve al alumno puede hablarle de belleza o de
fealdad. Las materias se presentarán de forma artística para evitar el
desencanto y el peligro del desinterés o hasta la perversidad. Es
conveniente trabajar los cuentos, las leyendas y fábulas, extractos del
Antiguo Testamento, mitos o sagas de otros pueblos y biografías
significativas, dándole la imagen del Hombre y su Historia, entre el
bien y el mal.
En el tercer septenio el raciocinio que ya se va desenvolviendo gana nuevas dimensiones y el joven entra en la fase de formulación de juicios fundamentados. Él dispone ahora de fuerzas de PENSAMIENTO para penetrar la verdad del mundo con sus capacidades intelectuales y manuales: ciencias naturales y sociales, filosofía, artes, tecnologías. Indaga a través del especialista el porqué de los fenómenos y de sus leyes, ya naturales o sociales. Ansía intervenir en ese mundo real y, más allá de las clases teóricas y prácticas, participa en granjas de agricultura, en fabricas e instituciones sociales (infantiles, de salud, de 3ª edad, etc.) donde toma contacto con el área de trabajo en que posiblemente se convertirá de profesional, aunque principalmente tiene la oportunidad de conocer aquellas en que no trabajará, ¡lo que es de extrema importancia!
En el tercer septenio el raciocinio que ya se va desenvolviendo gana nuevas dimensiones y el joven entra en la fase de formulación de juicios fundamentados. Él dispone ahora de fuerzas de PENSAMIENTO para penetrar la verdad del mundo con sus capacidades intelectuales y manuales: ciencias naturales y sociales, filosofía, artes, tecnologías. Indaga a través del especialista el porqué de los fenómenos y de sus leyes, ya naturales o sociales. Ansía intervenir en ese mundo real y, más allá de las clases teóricas y prácticas, participa en granjas de agricultura, en fabricas e instituciones sociales (infantiles, de salud, de 3ª edad, etc.) donde toma contacto con el área de trabajo en que posiblemente se convertirá de profesional, aunque principalmente tiene la oportunidad de conocer aquellas en que no trabajará, ¡lo que es de extrema importancia!
Del Primer al Octavo año el profesor enseña al cuerpo central de las
disciplinas curriculares, fijando las específicas a la responsabilidad
de profesores propios: euritmia, música, educación física, lenguas
extranjeras y talleres. Durante este periodo el profesor puede acompañar
individualmente a los alumnos y conocer a sus familias. Las memorias
anuales de evaluación no son nunca clasificativas, sino descripciones
del recorrido efectuado y orientadores para el futuro próximo. Son de
una gran intimidad, trasmitiendo al alumno la confianza de ser conocido
profundamente por el profesor y dándole seguridad en cuestiones sobre el
camino a seguir.
Del Noveno al Décimo segundo año todas las materias son enseñadas por profesores especializados. Esta fase el interés es objetivo y solo aquel que es adecuado en la respectiva área implementándose de acuerdo con el joven. La evaluación cualitativa puede comenzar a presentar indicadores clarificativos, principalmente para los que se preparan para ingresar en la enseñanza superior, sujetándose voluntariamente a las respectivas pruebas de acceso. Aquí el examen es inherente al camino por el que se optó –estudios superiores- y si, muy legítimamente, el miedo está presente, es un miedo concreto, preciso, dominable por el individuo.
Del Noveno al Décimo segundo año todas las materias son enseñadas por profesores especializados. Esta fase el interés es objetivo y solo aquel que es adecuado en la respectiva área implementándose de acuerdo con el joven. La evaluación cualitativa puede comenzar a presentar indicadores clarificativos, principalmente para los que se preparan para ingresar en la enseñanza superior, sujetándose voluntariamente a las respectivas pruebas de acceso. Aquí el examen es inherente al camino por el que se optó –estudios superiores- y si, muy legítimamente, el miedo está presente, es un miedo concreto, preciso, dominable por el individuo.
La llamada de la libertad.
Llegado al fin de la escolaridad, alrededor de los 18 años, todos los alumnos tendrán la oportunidad de conocer y ejercitar las áreas teóricas y prácticas que los habilitarán para escoger inmensas posibilidades profesionales: de ebanista a arquitecto, de orfebre a médico, de jardinero a músico, de electricista a abogado, la lista es casi infinita. No es raro que un joven, después de haber superado los exámenes de acceso a la universidad, opte a continuación por una profesión manual. En la escuela se le transmitió el sentido de dignidad de CUALQUIER área del trabajo humano, y si bien perteneciente a una sociedad de discurso diferente, frecuentemente encuentra en sí la fuerza individual para seguir una profesión que le de felicidad y realización personal, normalmente ligada a la estética o lo social.
Habiendo
desarrollado un programa curricular adecuado a cada fase de su
desenvolvimiento, puede adquirir confianza en sus capacidades y estará
preparado para enfrentar como joven adulto a lo largo de la vida los
desafíos que esta le presente. El miedo surgirá siempre y de nuevo,
puntual, objetivo aunque la autoconfianza le permitirá controlarlo,
superarlo y muy posiblemente, solucionarlo.
Las
escuelas Waldorf siguen una pedagogía para la libertad –y ¿Qué es la
libertad, sino la liberación de los miedos que aprisionan al Hombre y lo
compelen a tomar actitudes erradas contra la Naturaleza, contra los
otros y contra sí mismo?-.
Luisa Pereira
Licenciada en Historia, Profesora de Enseñanza Secundaria;
Formada en la Escuela Libre Antroposófica de Mannheim, en Alemania.
Licenciada en Historia, Profesora de Enseñanza Secundaria;
Formada en la Escuela Libre Antroposófica de Mannheim, en Alemania.
Extraido de: www.revistabiosofia.com
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